domingo, 15 de abril de 2012

Serenidad

Serenidad. Cuando me embarga parece ser mi estado natural. La reconozco como una vieja amiga, madre, amante, que no he visto en mucho tiempo, pero que cuando reaparece parece despejar las neblinas confusas de la ilusión. Si, me ha sido esquiva hasta burlarme por completo a lo largo de mi vida, sobre todo desde la adolescencia en adelante. Por el contrario han brotado muchas plantas de ansiedad, miedo, desesperación y pasión desbocada. El camino de un poeta parece siempre estar lleno de manchones y zonas oscuras. Como el caso de la escritora Virginia Woolf, que sufría constantes ataques de histeria y despersonalización, pero que poseía una genialidad abrumadora. ¿Es necesario sufrir de formas casi mortales para que surja un producto genial? Creo que me he exigido mucho a lo largo de mi vida, ese conocido ser interior que castiga sin remordimiento lo que se hizo y dejó de hacer, el clásico dominador de los seres que han tenido un historial de timidez, falta de confianza en su ser, miedos... Es cierto, me he identificado mucho con ese ser sufriente y melancólico, con una postura agónica frente a la vida. Y lo cierto es que en un espiral de pasión, matizada con tormentas de oscuridad y ráfagas de luz, he producido, he experienciado y sobrvivido muchas horas límite, existiendo al filo de mis propias capacidades emocionales y cognitivas. Han surgido escritos llenos de pasión y locura, ira y amor ilimitados... Pero, ¿eso es lo que quiero hoy?... La verdad es que siento que ese ser se me está haciendo bastante lejano, así como hay gente que se ha alejado (y de la que me he alejado), así mismo, cada vez creo que deseo que las fuentes de la serenidad y la paz interior sean las que transcurran y gobiernen mi interior. Porque cuando estoy en ese estado creo que soy más liviano y certero. Me muevo más rápido y con menos dudas, además de ser más consecuente entre mis palabras y mis actos. Parece ser que esa paz mental actúa como una espada que corta toda la basura autodestructiva y boicoteadora de mi propio júbilo y juego. Siento que es hora de avanzar en ese sentido, y lo cierto es que la decisión la tomé hace un tiempo. Sin embargo, sé que el trabajo debe ser constante, que los mounstros de mi ser están lanzando sus amenazas más atronadoras (y lo cierto es que a veces las cumplen). Es por eso que siempre (y cada vez con mayor Fe), he de recurrir a la protección que siempre me ha sacado del pozo: la fuerza de los Espíritus benévolos, la Madre Tierra, el Padre Eterno, mi familia y mis amigas y amigos. Y por sobre todo el fruto que palpita maduro en mi corazón: escuchar su palpitar es seguir la senda de la Creación.

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